Las teorías más aceptadas sugieren que hace 3.900 millones de años la Tierra sufrió un intenso bombardeo de asteroides o cometas. Solo 400 millones de años después, un suspiro en términos geológicos, aparecieron los primeros seres vivos. Los ingredientes básicos para la vida, en particular grandes cantidades de agua, pero también nitrógeno, carbono y otros materiales orgánicos, habrían viajado a bordo de un tipo de meteoritos conocidos como condritas carbonáceas.
Para llegar a estas conclusiones sobre sucesos tan remotos, los científicos han ido acumulando pruebas repartidas por todo el cosmos, como las similitudes entre la atmósfera de nuestro planeta y Titán, la lejana luna de Saturno donde los mares son de metano. Pero para completar la historia sobre esta etapa fundamental de la historia de la vida terrestre, faltaba información recogida in situ. Esa información se obtuvo hace ya 14 años, en el asteroide Itokawa, pero ha llevado tiempo saber que estaba ahí.
El viaje de exploración, que como muchos proyectos de este tipo es una máquina del tiempo, comenzó en 2003 cuando la agencia espacial japonesa (JAXA) lanzó la sonda Hayabusa, una misión que rozó el desastre en varias ocasiones. Llegó a Itokawa en 2005 y se posó en su superficie en dos ocasiones para tomar muestras de su suelo. Después, volvió a despegar para retornar a la Tierra con su valiosa carga.
En su momento, el polvo recogido por Hayabusa permitió confirmar que Itokawa era un asteroide de tipo S, la principal fuente de los meteoritos que llegan con mayor frecuencia a la Tierra. Ahora, en un estudio publicado recientemente en la revista Science Advances, Ziliang Jin y Maitrayee Bose, dos investigadores de la Universidad Estatal de Arizona (EE UU), han utilizado unas pocas partículas de las recogidas por Hayabusa para concluir que Itokawa y los asteroides de su categoría contienen grandes cantidades de agua. Según ellos, la mitad del agua de los océanos de la Tierra llegó en este tipo de objetos celestes hace miles de millones de años.
La misión de Hayabusa pretendía analizar el asteroide porque se cree que estos objetos son restos sueltos que quedaron de la formación del sistema solar. De alguna manera, son fósiles de aquel tiempo primigenio y pueden ayudar a entender cómo era nuestro entorno hace miles de millones de años. Pese a su aspecto de roca desértica, la información extraída de su superficie indica que contienen más agua que la habitual para los cuerpos que orbitan en la parte interior de nuestro sistema planetario.
Las muestras analizadas tenían un grosor menor que la mitad de un cabello humano
La tarea de Jin y Bose requirió una precisión extrema. JAXA solo les proporcionó cinco muestras diminutas, de un tamaño menor que la mitad de un cabello humano. Para analizarlas, emplearon un tipo de espectrómetro de masas nanométrico que permite analizar la composición de granos minúsculos de mineral con mucha sensibilidad. En un comunicado de su institución, Jin afirmaba que “aunque las muestras se recogieron de la superficie, no sabemos dónde se encontraban en el objeto original [Itokawa se desprendió de un asteroide de mayor tamaño], pero nuestra mejor estimación es que estaba enterrado a 100 metros de profundidad. Ahora, el asteroide, que orbita entre la Tierra y Marte dando una vuelta al Sol cada 18 meses, tiene un diámetro de algo más de 300 metros y una longitud de 500.
La presencia de agua en el sistema solar se ha ido confirmando con observaciones a través de telescopios y con la recogida de muestras por parte de sondas en los últimos años. La Luna o Marte albergan grandes cantidades de agua, principalmente en forma de hielo, pero también líquida. La primera vez que se encontró agua en un asteroide fue en 2010, cuando un equipo de investigadores empleando el Telescopio Infrarrojo de la NASA en Hawaii identificó señales de hielo y material orgánico. En diciembre del año pasado, la misión OSIRIS-REx halló minerales hidratados en el asteroide Bennu y el consenso científico indica que el agua es común en este tipo de objetos.
Lo más llamativo del agua encontrada en Itokawa es que su marca isotópica es idéntica a la de la Tierra, un indicio más de que nuestros océanos pudieron nutrirse del bombardeo de asteroides ricos en el líquido esencial para la vida.