Desde que Plutón fue expulsado del ‘club’ de los planetas del Sistema Solar, alrededor del Sol contamos ocho mundos: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno,Urano y Neptuno. Sin embargo, desde hace tiempo, algunos astrónomos proponen que en realidad sí que habría nueve integrantes en nuestro vecindario cósmico, tal y como aprendimos muchos en el colegio, cerrando la lista el misterioso Planeta Nueve, del que nunca se ha comprobado su existencia, si bien hay pistas que pueden indicar que sí esta ahí. Ahora, un nuevo estudio, aún no revisado pero publicado en el sitio de preimpresión ‘ ArXiv’, apunta las probabilidades de que las pruebas no sean simples casualidades y que, además, se encuentre más cerca de lo que pensamos.
La gravedad de los cuerpos es lo que les delata en el espacio: de ser un planeta, atraería a otros objetos estelares. Y existe una rara agrupación de pequeños cuerpos helados en el Sistema Solar exterior, en la zona conocida como el cinturón de Kuiper, que algunos astrónomos apuntan que pueden estar bajo el influjo de este Planeta Nueve. La lógica y las matemáticas nos dicen que si no hubiera algún planeta más allá del cinturón de Kuiper las órbitas de estos cuerpos helados estarían orientadas de forma aleatoria dentro del plano orbital del Sistema Solar. Sin embargo, gran cantidad de ellas están agrupadas. ¿Casualidad?
Tal y como mostró un estudio publicado en ‘ The Astronomical Journal’ en 2016, las probabilidades de que sea una mera coincidencia son muy pequeñas. De hecho, lo firmaba el mismo equipo que ahora realiza la actual investigación, liderado por Michael Brown y Konstantin Batygin, quienes resolvieron la distribución estadística del cinturón de Kuiper. La conclusión: esa agrupación orbital tenía que estar condicionada por la gravedad de algún planeta exterior no detectado. Además, según estos cálculos, este mundo tendría que tener una masa de cinco Tierras y encontrarse diez veces más lejos del Sol que Neptuno. Incluso se apuntó hacia un lugar concreto en el cielo donde debería buscarse este Planeta Nueve. Sin embargo, las búsquedas no arrojaron resultados y muchos científicos concluyeron que ese supuesto noveno mundo no existe. Aunque no todo el mundo estaba de acuerdo, y las teorías llegaron a explorar incluso otras hipótesis, como que en realidad sí que había algo que condicionaba a estos objetos, pero que no podríamos verlo porque es un agujero negro primordial, formado durante el Big Bang.
Ahora, este nuevo trabajo vuelve a reexaminar los datos de aquel primer estudio y las probabilidades de que, efectivamente, la agrupación no sea una mera casualidad y exista un Planeta Nueve. Empezando por las probabilidades de que el azar haya ‘armonizado’ las órbitas de estos cuerpos, el equipo asume que podría deberse a datos sesgados, ya que es muy complicado observar todos los cuerpos del Sistema Solar exterior. Pero los autores señalan que, aún teniendo en cuenta este sesgo, el agrupamiento sigue siendo «estadísticamente inusual»: solo hay un 0,4% de posibilidades de que se trate de una coincidencia.
Ahora, un lustro después, han sido capaces de afinar en la supuesta órbita del Planeta Nueve, con la intención de hacer más fáciles futuras búsquedas. Y sus resultados han sido sorprendentes, ya que este ‘mundo perdido’ estaría más cerca del Sol de lo que se pensaba originalmente.
«Para muchas suposiciones razonables, el Planeta Nueve está más cerca y es más brillante de lo que se esperaba inicialmente», escriben Brown y Batygin, quienes hace apenas unos meses ya publicaron otra investigación en el mismo portal de preimpresión que estábamos buscando al Planeta Nueve en una zona equivocada: el incipiente Sistema Solar habría formado sin duda una sección interna de la Nube de Oort, la capa de cuerpos helados que rodean el Sol aproximadamente a una distancia de entre 2.000 y 100.000 Unidades Astronómicas. La formación de planetas gigantes como Júpiter y Saturno habría arrojado parte de los escombros hacia el espacio interestelar, pero las perturbaciones gravitatorias de las estrellas de paso los habría empujado de nuevo hacia el Sol, de modo que terminaron formando la Nube de Oort interna. «Hemos descubierto que estos objetos internos reinyectados de la Nube de Oort pueden mezclarse fácilmente con el censo del cinturón de Kuiper, e incluso exhibir agrupaciones orbitales con sus objetos», escribían en abril.
Si está más cerca, ¿por qué no lo hemos visto ya?
Pero, si es más interior de lo imaginado hasta ahora, ¿cómo no hemos sido capaces de detectarlo? Los autores argumentan que precisamente ese ha sido el mayor hándicap y que las observaciones han descartado opciones más cercanas precisamente por eso, por estar más cerca. Es decir, ni siquiera hemos mirado, lo que ha reducido aún más su búsqueda. Sin embargo, el próximo Observatorio Vera Rubin, que actualmente se encuentra en construcción en Chile, podrá detectarlo. Si es que existe. Parece que pronto podremos salir de dudas.