Los astrónomos no podían dar crédito a lo que estaban viendo: una enorme ‘cavidad’ en medio de la Vía Láctea, una especie de burbuja vacía de 500 años luz de diámetro y en cuyo interior no había ni una sola estrella. El equipo, integrado por investigadores del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian en Cambridge (Massachusetts) y de la Universidad de Wisconsin, estaban analizando mapas en 3D de dos conocidas nubes moleculares, las regiones en las que las nuevas estrellas se forman, cuando se toparon con el ‘agujero’.
El vacío, de forma esférica, aparece descrito con todo detalle en un estudio publicado en ‘The Astrophysical Journal Letters’. Se encuentra justo entre las nubes moleculares de Tauro y Perseo, a 430 y 1.000 años luz de distancia, respectivamente.
«Cientos de estrellas se están formando o ya existen en la superficie de esta burbuja gigante -afirma Shmuel Bialy, que dirigió el estudio-. Tenemos dos teorías: o una supernova estalló en el centro de esta burbuja y empujó el gas hacia afuera formando lo que ahora llamamos el ‘Super Escudo Perseo-Tauro’, o una serie de supernovas sucesivas durante millones de años la crearon con el tiempo».
Una ilusión óptica
Las nubes de Tauro y Perseo llevan décadas siendo observadas por los astrónomos. Pero la mayoría de esas observaciones no eran en 3D, sino bidimensionales, por lo que las dos nubes moleculares parecían estar conectadas, formando un puente entre las constelaciones de Tauro y Perseo. Hizo falta recurrir a los mapas en 3D del observatorio europeo Gaia para darse cuenta de que eso no era más que una ilusión. Las nuevas observaciones, de hecho, han revelado que estos dos ‘semilleros de estrellas’ se encuentran en realidad a cientos de años luz de distancia el uno del otro, y que están en los bordes opuestos de una gigantesca esfera vacía en la que no hay estrellas, ni tampoco polvo y gas para formarlas.
Las observaciones, además, sugieren que las nubes de Perseo y Tauro no son estructuras independientes, sino que surgieron juntas y a partir de la misma onda de choque de supernova.
Dadas las posiciones de las nubes y las edades de las estrellas que hay en su interior, los investigadores estimaron que ambas se formaron como resultado de la misma explosión de supernova hace entre 10 y 20 millones de años. La explosión creó una poderosa onda de choque, empujando todo ese gas y polvo sobrante lejos de los restos destrozados de la estrella. En este caso concreto, dos grandes nubes de ese gas violentamente expulsado se formaron en los lados opuestos de la onda de choque, y allí cada una comenzó a condensarse y a formar nuevas estrellas.
Según Bialy, «esto demuestra que cuando una estrella muere, su supernova genera una cadena de eventos que, en última instancia, pueden conducir al nacimiento de nuevas estrellas».
Para Catherine Zucker, coautora del estudio, «hemos podido ver estas nubes durante décadas, pero nunca supimos su verdadera forma, profundidad o grosor. Tampoco estábamos seguros de lo lejos que estaban. Ahora sabemos dónde se encuentran con solo un 1% de incertidumbre, lo que nos permitió distinguir este vacío entre ellas».
Fuente ABC